Es difícil de describir en palabras la sensación que uno tiene entrando a la ciudad de Santiago de Compostela después de tanto kilómetro y tanta carretera. Ya desde el Monte do Gozo y la bajada a la ciudad el cuerpo reacciona nervios y satisfecho al mismo tiempo, ansioso por llegar a la meta final.
Desde la entrada a la ciudad, los peregrinos –sean a pie y en bici- parece que se van uniendo en una especie de efecto de “cuello de botella“. Todos se dirigen al mismo punto por distintas vías y conforme se acercan a la Plaza del Obradoiro preguntando a los locales el cerco se va estrechando hasta llegar a los distintos puntos de acceso al recinto. Seguir leyendo