Como ya comenté anteriormente, además del Camino del peregrinaje religioso hacia Santiago alrededor de la ruta también existen otros elementos más “apócrifos”. Desde las leyendas de celtas, carolingios, templarios o las fuerzas telúricas… hasta la continuación del Camino hacia el “más allá”.
Esta última tradición parece haberse establecido fuertemente entre algunos caminantes e incluso aparece contemplada en las guías del peregrino, de tal forma que quienes llegan a Santiago buscan una especie de, como dice el saludo del peregrino, “Ultreia”. Un “más allá” después del Camino y que vendría a ser el punto más occidental de Europa: el faro de Finisterre.
Haciendo honor al nombre con el que lo bautizaron los romanos, Finisterre (fin de la tierra) simbolizó a lo largo de los siglos el punto “Sin retorno”. Con la concepción de una tierra plana cubierta por la bóveda celeste, aventurarse más allá de este punto significaba adentrarse en el mundo de lo desconocido, de los que no vuelven. Allí también se encontraba el Ara Solis, un altar dedicado al sol supuestamente originario de culturas prerromanas e incluso la nomenclatura actual alimenta este tipo de leyendas con la “Costa de la Muerte”, como se conoce al litoral gallego en esta zona.
Supongo que todos esos puntos unidos sin duda a algo de imaginación desarrollada a lo largo de los siglos y los kilómetros y kilómetros de camino componen esa atracción que lleva a muchos de los que han llegado a Santiago a continuar su viaje hasta los “confines del mundo” y buscar el “más allá”. Un ritual que, después de cumplir –a pie- tres etapas añadidas al Camino tradicional, los peregrinos culminan deshaciéndose de sus ropas y quemándolas como un rito de purificación contemplando el mar infinito desde el punto más occidental de Europa.
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